¿Qué piensas cuando escuchas la palabra familia?
Es probable que venga a tu mente alguno de tus padres, hermanas, primos, tías, abuelos, sobrinas o alguien cercano que, a pesar de no ser consanguíneo, mantiene una estrecha relación contigo.
Ahora que apenas celebramos las fiestas navideñas y el arranque de este 2009, para muchos la familia es un referente de convivencia, apoyo, fraternidad la cual busca reunirse, sean pocos o muchos integrantes, para celebrar y compartir la mesa.
Pero hay otras evocaciones no tan amables. Recuerdo la voz de Gregorio, un niño de ocho años acogido por una casa hogar para librarlo de una realidad familiar donde la violencia, la droga, el abuso sexual y el abandono son las prácticas comunes. El chico miraba y fijaba su atención en la forma de charlar y convivir de una pareja de novios con quienes paseaban él y sus compañeros de casa un domingo por la tarde. No se aguantó las ganas de preguntar y le dijo a ella:
-¿Ustedes se quieren mucho, verdad?
-“Sí, Gregorio, ¿por qué lo sabes?”, respondió la joven.
-Porque él no te pega…
Ella tragó saliva y asintió.
Autoritarismo o indiferencia, maltrato o falta de caricias, abuso o desinterés, son extremos contrarios pero igual de dañinos para cualquier miembro de una familia. La intromisión, la imposición, la murmuración, la envidia, la falta de comunicación que se traducen en conflictos tan comunes como los pleitos por la herencia, los chismes y las diferencias con la familia política así como la forma de educar a los hijos, también afectan a esa comunidad que debiera ser un espacio de crecimiento, protección, apoyo y amor.
Factores externos como la incertidumbre económica, el desempleo, la enfermedad, la migración, son un factor de quiebre de la familia; sin embargo, hay un sin número de casos donde las situaciones críticas son una oportunidad de mostrar esa otra cara de la familia que hoy pocas veces se valora, se difunde y se vive. Esa cara de solidaridad donde hay quien puede velar junto a un enfermo día y noche, donde hay quien puede compartir o apoyar al que no tiene un ingreso; esa cara que anima y da consejo, que corrige y sugiere, que demuestra ese rasgo humano de ser en común y no individualmente, de ser en relación y no en segregación, de ser yo porque reconozco un tú.
En realidad son pocos los ermitaños que sobreviven prácticamente aislados de una comunidad. Los hay, pero ya los primeros vestigios del ser humano, hablaban de una vida en conjunto, simplemente para satisfacer las necesidades básicas como la de obtener alimento, ayudarse o procrear, o por motivos más profundos como es la realización, la amistad, la afinidad de gustos, oficios, metas, creencias, idioma, cultura y más profundamente, el amor entendido como esa donación gratuita y leal de uno mismo aún en los momentos de dificultad o abatimiento.
Y es en lo que conocemos como familia, donde se gesta este primer contacto con los otros, donde se empieza a convivir y a interactuar, donde se comienza a saciar esa hambre de encuentro, de relación.
Hay dos etimologías de las que se ha dicho que proviene la palabra familia. Una es fames, que significa “hambre” y la otra es famulus o "sirviente", definición que se utilizaba para designar el conjunto de esclavos de un romano.
Ambas nos refieren a las dos nociones de familia que hemos mencionado: aquella donde a pesar de los retos y las dificultades se propicia un ambiente de unidad que sacia el hambre de fraternidad, o aquella donde priva el engaño, la violencia y la manipulación, propios de la esclavitud.
Independientemente de su estructura, es decir si hay un padre, una madre e hijos o si viven algunos otros parientes en la casa, o si la mamá o el papá son solteros con hijos, la vivencia de familia se busca en razón de que las personas somos seres sociables.
Sin embargo, la sociabilidad no es suficiente para que una familia contribuya al crecimiento y desarrollo de sus integrantes y de su entorno, se requieren valores que la hagan un espacio de dignificación personal y comunitaria. Valores de colaboración, de sacrificio, de confianza, de laboriosidad y de solidaridad que contribuyen a formar un tejido social más sano.
Es un lugar común pero no deja de ser cierto que la vivencia de valores familiares es determinante para la transformación de fondo de los grandes problemas sociales como la drogadicción, la delincuencia, la corrupción, entre otros.
Lo que hemos sido se lo debemos en gran parte a nuestra familia. Para bien o para mal, ésta nos moldea y, aunque no nos determina porque somos libres, sí influye en nuestra vida.
Un estudio realizado en 2007 entre jóvenes de Estados Unidos reveló que para una abrumadora mayoría de ellos "pasar tiempo en familia" era la principal razón de su felicidad. El estudio realizado por Knowledge Networks Inc. arrojó que al 73 por ciento de los 1280 jóvenes entre 13 y 24 años encuestados, la relación que tienen con sus padres los hace felices.
La próxima semana, del 14 al 18 de enero tendrá lugar en la Ciudad de México el VI Encuentro Mundial de las Familias convocado por la Iglesia Católica y en el que participarán teólogos, antropólogos, sociólogos, doctores y especialistas de distintas disciplinas y de las distintas regiones del planeta, desde Asia hasta América, Australia, África, Europa, todos en torno a un tema que a pesar de las diferencias culturales, económicas o políticas, es un asunto común: La familia.
Durante este foro debatirán sobre la familia desde la óptica cristiana. Sería interesante que independientemente del credo que cada quien profese, nos hiciéramos la pregunta inicial de este texto ¿Qué piensas cuando escuchas la palabra familia?, y compartiéramos las respuestas para enriquecer el debate de un asunto del que hablan los clérigos, los políticos, los legisladores, los artistas, pero que tiene mayor credibilidad cuando se habla desde la trinchera de padre, de hijo, de madre, de nieto; cuando reflexionamos sobre la familia tomando nuestra propia referencia de ésta difundiendo los beneficios y aprendizajes que nos ha dejado, exponiendo los retos y dificultades e intercambiando experiencias sobre una realidad que, tengamos la edad que tengamos o estemos donde estemos, nos alude porque la familia, es parte de nuestra historia.
Comentarios: diazgarcia2020@gmail.com
Es probable que venga a tu mente alguno de tus padres, hermanas, primos, tías, abuelos, sobrinas o alguien cercano que, a pesar de no ser consanguíneo, mantiene una estrecha relación contigo.
Ahora que apenas celebramos las fiestas navideñas y el arranque de este 2009, para muchos la familia es un referente de convivencia, apoyo, fraternidad la cual busca reunirse, sean pocos o muchos integrantes, para celebrar y compartir la mesa.
Pero hay otras evocaciones no tan amables. Recuerdo la voz de Gregorio, un niño de ocho años acogido por una casa hogar para librarlo de una realidad familiar donde la violencia, la droga, el abuso sexual y el abandono son las prácticas comunes. El chico miraba y fijaba su atención en la forma de charlar y convivir de una pareja de novios con quienes paseaban él y sus compañeros de casa un domingo por la tarde. No se aguantó las ganas de preguntar y le dijo a ella:
-¿Ustedes se quieren mucho, verdad?
-“Sí, Gregorio, ¿por qué lo sabes?”, respondió la joven.
-Porque él no te pega…
Ella tragó saliva y asintió.
Autoritarismo o indiferencia, maltrato o falta de caricias, abuso o desinterés, son extremos contrarios pero igual de dañinos para cualquier miembro de una familia. La intromisión, la imposición, la murmuración, la envidia, la falta de comunicación que se traducen en conflictos tan comunes como los pleitos por la herencia, los chismes y las diferencias con la familia política así como la forma de educar a los hijos, también afectan a esa comunidad que debiera ser un espacio de crecimiento, protección, apoyo y amor.
Factores externos como la incertidumbre económica, el desempleo, la enfermedad, la migración, son un factor de quiebre de la familia; sin embargo, hay un sin número de casos donde las situaciones críticas son una oportunidad de mostrar esa otra cara de la familia que hoy pocas veces se valora, se difunde y se vive. Esa cara de solidaridad donde hay quien puede velar junto a un enfermo día y noche, donde hay quien puede compartir o apoyar al que no tiene un ingreso; esa cara que anima y da consejo, que corrige y sugiere, que demuestra ese rasgo humano de ser en común y no individualmente, de ser en relación y no en segregación, de ser yo porque reconozco un tú.
En realidad son pocos los ermitaños que sobreviven prácticamente aislados de una comunidad. Los hay, pero ya los primeros vestigios del ser humano, hablaban de una vida en conjunto, simplemente para satisfacer las necesidades básicas como la de obtener alimento, ayudarse o procrear, o por motivos más profundos como es la realización, la amistad, la afinidad de gustos, oficios, metas, creencias, idioma, cultura y más profundamente, el amor entendido como esa donación gratuita y leal de uno mismo aún en los momentos de dificultad o abatimiento.
Y es en lo que conocemos como familia, donde se gesta este primer contacto con los otros, donde se empieza a convivir y a interactuar, donde se comienza a saciar esa hambre de encuentro, de relación.
Hay dos etimologías de las que se ha dicho que proviene la palabra familia. Una es fames, que significa “hambre” y la otra es famulus o "sirviente", definición que se utilizaba para designar el conjunto de esclavos de un romano.
Ambas nos refieren a las dos nociones de familia que hemos mencionado: aquella donde a pesar de los retos y las dificultades se propicia un ambiente de unidad que sacia el hambre de fraternidad, o aquella donde priva el engaño, la violencia y la manipulación, propios de la esclavitud.
Independientemente de su estructura, es decir si hay un padre, una madre e hijos o si viven algunos otros parientes en la casa, o si la mamá o el papá son solteros con hijos, la vivencia de familia se busca en razón de que las personas somos seres sociables.
Sin embargo, la sociabilidad no es suficiente para que una familia contribuya al crecimiento y desarrollo de sus integrantes y de su entorno, se requieren valores que la hagan un espacio de dignificación personal y comunitaria. Valores de colaboración, de sacrificio, de confianza, de laboriosidad y de solidaridad que contribuyen a formar un tejido social más sano.
Es un lugar común pero no deja de ser cierto que la vivencia de valores familiares es determinante para la transformación de fondo de los grandes problemas sociales como la drogadicción, la delincuencia, la corrupción, entre otros.
Lo que hemos sido se lo debemos en gran parte a nuestra familia. Para bien o para mal, ésta nos moldea y, aunque no nos determina porque somos libres, sí influye en nuestra vida.
Un estudio realizado en 2007 entre jóvenes de Estados Unidos reveló que para una abrumadora mayoría de ellos "pasar tiempo en familia" era la principal razón de su felicidad. El estudio realizado por Knowledge Networks Inc. arrojó que al 73 por ciento de los 1280 jóvenes entre 13 y 24 años encuestados, la relación que tienen con sus padres los hace felices.
La próxima semana, del 14 al 18 de enero tendrá lugar en la Ciudad de México el VI Encuentro Mundial de las Familias convocado por la Iglesia Católica y en el que participarán teólogos, antropólogos, sociólogos, doctores y especialistas de distintas disciplinas y de las distintas regiones del planeta, desde Asia hasta América, Australia, África, Europa, todos en torno a un tema que a pesar de las diferencias culturales, económicas o políticas, es un asunto común: La familia.
Durante este foro debatirán sobre la familia desde la óptica cristiana. Sería interesante que independientemente del credo que cada quien profese, nos hiciéramos la pregunta inicial de este texto ¿Qué piensas cuando escuchas la palabra familia?, y compartiéramos las respuestas para enriquecer el debate de un asunto del que hablan los clérigos, los políticos, los legisladores, los artistas, pero que tiene mayor credibilidad cuando se habla desde la trinchera de padre, de hijo, de madre, de nieto; cuando reflexionamos sobre la familia tomando nuestra propia referencia de ésta difundiendo los beneficios y aprendizajes que nos ha dejado, exponiendo los retos y dificultades e intercambiando experiencias sobre una realidad que, tengamos la edad que tengamos o estemos donde estemos, nos alude porque la familia, es parte de nuestra historia.
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