El sábado pasado se festejó como cada año a la Santísima Virgen de Guadalupe, Reina de México y Emperatriz de América. Fui testigo del mar de peregrinos que por varios días inundaban no solo la autopista México Puebla, sino todos los accesos al Distrito Federal, incluso el rustico camino que atraviesa los volcanes del Popocatépetl y el Iztacihuatl fue ruta de peregrinos que con gran fervor unos y con muchas ganas todos, fueron a dar gracias, a cumplir sus mandas y a visitar a la Virgen Morena hasta su casa del Tepeyac.
Unos a pie, otros en bicicleta, en silla de ruedas, otros en carreras de relevos, mujeres, niños, adultos, ancianos, punks, darketos, bandas de cholos, parroquias, sindicatos, empresas, gremios, industrias, empresas, instituciones gubernamentales, grupos apostólicos, familias, solos o en grupo casi la mayoría, organizados para ayudarse, para relevarse, para cargar la imagen, para portar el estandarte, para hacer la comida, para vigilar a los que dormían, sin importar el dolor muscular, la falta de sueño o de alimento, el ardor de las ampollas o los calambres, todos tenían su mirada puesta en llegar a ver a la Virgen. Impresionante, no puede dejar de conmover a los que los observábamos avanzar, caminar, peregrinar.
Aunque sea costumbre para nuestro pueblo, las peregrinaciones tienen un significado único para cada uno de los que realiza el camino, cada quien busca su propio significado, cada quien tiene una razón para realizarlo y para repetirlo. No puede menos que conmovernos y hacernos reflexionar esta demostración pública de fe. Es innegable atestiguar como de vuelta a casa, los peregrinos regresan cansados, pero felices, llenos de paz interior.
De acuerdo al Boletín Guadalupano –órgano oficial de difusión de la Basílica de Guadalupe- en 2008 acudieron a visitar este “santuario mariano aproximadamente 18 millones de personas, y solo entre los días 9 al 12 de diciembre, acuden 5 millones.”
En este tiempo que nos tocó vivir, las cifras de censos y encuestas nos revelan la reducción del número de creyentes y practicantes católicos, sin embargo estas peregrinaciones nos demuestran lo profundo de las creencias religiosas en el pueblo mexicano y lo enraizado de la costumbre de este peregrinar.
Ni crisis económicas, ni falta de empleo, ni el desafío del crimen organizado son suficientes para detener a las peregrinaciones, para detener las manifestaciones de la fe, con ese sincretismo propio de nuestro pueblo, pero al fin de cuentas un pueblo orgulloso de sus creencias y tradiciones.
En Europa, donde la crisis económica y de valores ha también golpeado y muy fuerte, tampoco cesan las peregrinaciones, las demostraciones de fe. En el número 47 de Compostela –revista de la Archicofradía Universal del Apóstol Santiago- se demuestra con cifras el renacer de las peregrinaciones: en 2008, “la Oficina de Acogida al Peregrino recibió a un total de 125,141 peregrinos que llegaron a pie, a caballo, en bicicleta o silla de ruedas para visitar la tumba del Apóstol Santiago.” Para 2009 se espera también un incremento y más en el 2010 por celebrarse año Santo Jacobeo.
Estas manifestaciones piadosas de las peregrinaciones se remontan a la primera generación de cristianos de Jerusalén, que tenían la costumbre de visitar el santo sepulcro. De allí se extendió esa costumbre hasta que en la edad media los tres grandes centros de peregrinación fueron Jerusalén y toda Tierra Santa, Roma y Santiago de Compostela. Sin embargo cada país o región tiene costumbre de peregrinaje a otros lugares como la Virgen de Juquila en Oaxaca, la Virgen de Zapopan en Guadalajara o Fátima y Lourdes en Europa.
Parece contradictorio, en esta época de creciente secularismo y laicismo, mas personas buscan llenar su vacío espiritual y es en estas peregrinaciones donde se demuestra la necesidad de encontrar respuestas, la búsqueda de la fe o el intento de dar sentido a la vida. En esta navidad, época de reflexión, conviene cuestionar nuestro peregrinar. ¿Hacia dónde vamos? ¿Hacia dónde queremos ir? Encontremos la razón y el rumbo de nuestro camino, es mi deseo para todos mis amables lectores
Unos a pie, otros en bicicleta, en silla de ruedas, otros en carreras de relevos, mujeres, niños, adultos, ancianos, punks, darketos, bandas de cholos, parroquias, sindicatos, empresas, gremios, industrias, empresas, instituciones gubernamentales, grupos apostólicos, familias, solos o en grupo casi la mayoría, organizados para ayudarse, para relevarse, para cargar la imagen, para portar el estandarte, para hacer la comida, para vigilar a los que dormían, sin importar el dolor muscular, la falta de sueño o de alimento, el ardor de las ampollas o los calambres, todos tenían su mirada puesta en llegar a ver a la Virgen. Impresionante, no puede dejar de conmover a los que los observábamos avanzar, caminar, peregrinar.
Aunque sea costumbre para nuestro pueblo, las peregrinaciones tienen un significado único para cada uno de los que realiza el camino, cada quien busca su propio significado, cada quien tiene una razón para realizarlo y para repetirlo. No puede menos que conmovernos y hacernos reflexionar esta demostración pública de fe. Es innegable atestiguar como de vuelta a casa, los peregrinos regresan cansados, pero felices, llenos de paz interior.
De acuerdo al Boletín Guadalupano –órgano oficial de difusión de la Basílica de Guadalupe- en 2008 acudieron a visitar este “santuario mariano aproximadamente 18 millones de personas, y solo entre los días 9 al 12 de diciembre, acuden 5 millones.”
En este tiempo que nos tocó vivir, las cifras de censos y encuestas nos revelan la reducción del número de creyentes y practicantes católicos, sin embargo estas peregrinaciones nos demuestran lo profundo de las creencias religiosas en el pueblo mexicano y lo enraizado de la costumbre de este peregrinar.
Ni crisis económicas, ni falta de empleo, ni el desafío del crimen organizado son suficientes para detener a las peregrinaciones, para detener las manifestaciones de la fe, con ese sincretismo propio de nuestro pueblo, pero al fin de cuentas un pueblo orgulloso de sus creencias y tradiciones.
En Europa, donde la crisis económica y de valores ha también golpeado y muy fuerte, tampoco cesan las peregrinaciones, las demostraciones de fe. En el número 47 de Compostela –revista de la Archicofradía Universal del Apóstol Santiago- se demuestra con cifras el renacer de las peregrinaciones: en 2008, “la Oficina de Acogida al Peregrino recibió a un total de 125,141 peregrinos que llegaron a pie, a caballo, en bicicleta o silla de ruedas para visitar la tumba del Apóstol Santiago.” Para 2009 se espera también un incremento y más en el 2010 por celebrarse año Santo Jacobeo.
Estas manifestaciones piadosas de las peregrinaciones se remontan a la primera generación de cristianos de Jerusalén, que tenían la costumbre de visitar el santo sepulcro. De allí se extendió esa costumbre hasta que en la edad media los tres grandes centros de peregrinación fueron Jerusalén y toda Tierra Santa, Roma y Santiago de Compostela. Sin embargo cada país o región tiene costumbre de peregrinaje a otros lugares como la Virgen de Juquila en Oaxaca, la Virgen de Zapopan en Guadalajara o Fátima y Lourdes en Europa.
Parece contradictorio, en esta época de creciente secularismo y laicismo, mas personas buscan llenar su vacío espiritual y es en estas peregrinaciones donde se demuestra la necesidad de encontrar respuestas, la búsqueda de la fe o el intento de dar sentido a la vida. En esta navidad, época de reflexión, conviene cuestionar nuestro peregrinar. ¿Hacia dónde vamos? ¿Hacia dónde queremos ir? Encontremos la razón y el rumbo de nuestro camino, es mi deseo para todos mis amables lectores
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