martes, 24 de marzo de 2009

¿Consumista, ahorrador o defraudado?


La crisis mundial está en boca de todos. Desde las familias más sencillas hasta los más pudientes, hablan sobre la difícil situación económica y financiera por la que atraviesan un buen número de países. Y cómo no hablar de ella si ya se siente en los bolsillos; si la angustia por el desempleo, la tensión ante un posible despido, la baja en las ventas así como el alza en el precio del dólar y de los productos básicos, preocupan a miles de mujeres y hombres del planeta.

Ante este escenario desafiante y crítico ¿Qué lección debemos aprender con relación al sistema financiero que nos rige, a las reglas de intercambio comercial, las relaciones contractuales éticas, los patrones de consumo así como la visión respecto a las relaciones económicas entre personas y países en un entorno globalizado, donde lo que uno hace repercute en los demás?

Recientemente Luis Bruni, catedrático de la Universidad de Milán, escribió una interesante reflexión sobre la quiebra de los bancos y fondos de inversión americanos, seguida por la debacle de su sistema hipotecario y se preguntaba si estábamos ante el derrumbe de un tipo de capitalismo financiero y especulativo que ha optado por el fraude y la avaricia.

Ahí está el falso filántropo Bernard Madoff que engañó a bancos e inversionistas y gestó un fraude de más de 50 mil millones de dólares; o la estafa por 8 millones de dólares de Robert Allen Stanford al prometer altas tasas de interés, improbables e infundadas. ¿Dónde estuvieron las autoridades regulatorias de Estados Unidos para vigilarlos y frenarlos?

Ahí están los 18 mil 400 millones de dólares en bonos para altos mandos de compañías financieras en Wall Street en 2008; o Citigroup que mientras recibía 45 mil millones de dólares del rescate financiero, quería comprar un nuevo jet privado de 50 millones de dólares para sus ejecutivos.

Estos son ejemplos de la avaricia, el cinismo y la desmesura, que representan una bofetada a los millones de personas que no tienen ni el pan de cada día.

Al respecto, Bruni define al especulador como un sujeto cuya meta es maximizar la ganancia individual sin generar más valor que enriquecer a unos cuantos accionistas. A usted amigo lector ¿No le genera desconfianza que aquí en Puebla -en plena crisis- haya empresas como INVERBIEN y SITMA que ofrezcan rendimientos estratosféricos (45% y 30.7% respectivamente dependiendo del plazo) con una ambigua y agresiva publicidad que inunda la ciudad?

La banca o las cajas de ahorro surgieron como instituciones para facilitar el crédito y el ahorro, pero ¿Dónde quedó su propósito original?

El crédito es necesario y eficiente cuando las tasas son justas, como lo ha demostrado el Grameen Bank, creado por el economista indio y Premio Nobel de la Paz Muhammad Yunus, quien confió en la gente con menos oportunidades para salir de la trampa de la miseria; les da créditos, ellos generan su propio ingreso y cumplen puntualmente con el pago del préstamo. Aquí en Puebla tenemos la maravillosa labor hormiga -pero no por ello menos responsable y honorable- de la Caja DEPAC comandada por Jesús Ortiz Caso y del Padre Juan Cunillera Solanes que en el Instituto Carlos Pereyra y en la Parroquia de San Baltasar, “a impulso de cariño” enseña a niños y adultos el hábito del ahorro.

En cambio, modelos como el norteamericano que propiciaron un sistema de crédito y endeudamiento sin contrapesos, llevó a las familias a acumular deudas hipotecarias y otras provenientes de una cultura consumista y de poco ahorro. Si bien propiciar el consumo mueve la economía y los créditos facilitan la adquisición de bienes, el consumismo y endeudamiento rebasaron las posibilidades de pago.

Como decía anteriormente, esta crisis es un desafío cultural porque representa una oportunidad para analizar los insostenibles estilos de vida que el hoy quebrado capitalismo financiero ha propiciado.

Una sociedad necesita instituciones bancarias y financieras económicamente sanas, con reglas claras y éticas que humanicen la economía. Me llama la atención la nota dominical del periódico Reforma que relata el auge de la banca islámica a pesar de la crisis, debido a normas regulatorias basadas en el Corán:
1. Prohíben la usura al establecer la cantidad final a pagar desde el momento en el que se concede un financiamiento.
2. Si el cliente no puede seguir pagando una hipoteca, se subasta la casa y el dinero se reparte entre la entidad y el usuario, compartiendo el riesgo.
3. En teoría, los bancos islámicos cuentan con reservas de cien por ciento, por lo que limitan la especulación y todos sus activos son reales.

Si bien no comparto muchas de las posiciones de esta cultura, en particular por no respetar la dignidad de la persona humana, sobre todo de las mujeres, sugiero sí, que el estado regule los mercados para que los agentes económicos compitan en condiciones de equidad y se evite que el más fuerte imponga condiciones que aniquilen la competencia o defrauden a quien confió en invertir su patrimonio.

El desafío es cultural y antropológico; cultural porque tenemos que modificar nuestra visión y nuestros hábitos de consumo, gasto y ahorro; y antropológico porque las crisis no las generaron entes abstractos, sino seres humanos concretos como Madoff, Stanford o como los agiotistas y prestamista que ahogan y engañan a muchas familias mexicanas, quienes adolecen de principios éticos aprovechando también la falta de vigilancia y regulación del sistema financiero actual.

Por suerte, la usura no es el modus vivendi de todos. Hay modelos económicos como las redes solidarias cuyos integrantes se organizan para recibir créditos, producir y comercializar sus productos; o la Economía de Comunión, donde las empresas adheridas voluntariamente, dividen sus utilidades en tres rubros: Reinversión para mantener la empresa eficiente, difusión de una cultura solidaria y ayuda a personas de su comunidad. O el caso del banquero americano Leonard Abess Jr. que repartió entre sus 471 empleados y jubilados, incluidos secretarias y mensajeros, 60 millones de dólares de la venta de su banco.

Y aterrizando esta reflexión: ¿Cómo administramos los recursos familiares? ¿En qué gastamos, qué consumimos, ahorramos aunque sea poco? ¿Participamos en alguna actividad solidaria o generamos riqueza para la economía regional?

Para vivir diferente, hay que hacer cosas diferentes. Comencemos por enseñar a nuestros hijos a ahorrar, a compartir, a emprender, a valorar las cosas para que las nuevas generaciones crezcan con una visión más solidaria, responsable y proactiva que modifique los patrones culturales y financieros que hoy nos llevan a hacer un obligado alto en el camino.

Comentarios en diazgarcia2020@gmail.com

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