Desde el 2006 el gobierno federal creó una comisión preparatoria de los actos conmemorativos del Bicentenario del inicio de la Independencia de México y del centenario del génesis de la Revolución Mexicana, los cuales tendrán lugar en el 2010.
Estamos a dos años de esa fecha y ya desde hace meses escuchamos iniciativas de los gobiernos estatales para subirse al tren de las celebraciones. Es el caso del jefe de gobierno capitalino Marcelo Ebrard quien quiso construir la frustrada Torre Bicentenario en la zona de las Lomas en la Ciudad de México; también algunos gobernadores instruyeron acelerar la construcción de calles, puentes y obras que esperan ser bautizadas con nombres alusivos a estas fechas conmemorativas.
Pero más allá de festejos y en la víspera del 98 aniversario del inicio de la Revolución Mexicana, conviene reflexionar por qué en la historia que aprenden nuestros hijos y la que nos enseñaron a las pasadas generaciones, enfatiza y celebra la fecha de inicio de estas gestas, pero no su conclusión.
¿Cuántos mexicanos saben el día y el año en que terminaron tantos meses y días de confrontación armada, de zozobra, enfermedad, saqueo y persecución?
Es curioso que no celebremos el fin de estas guerras. Quizá a los que escribieron la historia oficial no le gustaba reconocer que fue un criollo como Agustín de Iturbide, quien firmó el Plan de Iguala junto con Vicente Guerrero seguido de la proclama del Acta de Independencia del Imperio Mexicano el 27 de septiembre de 1821.
Quizá a los relatores de la historia oficial les convino instaurar la celebración de la Revolución Mexicana -aunque no quede claro si se refieren a la que inició Madero, o a la que hicieron Villa, Zapata, Carranza, Obregón o Calles- porque se adjudicaron el triunfo y enarbolaron banderas como la de tierra y libertad de Zapata, la de la igualdad que proclamó Morelos, la del sufragio efectivo encabezada por Madero, que a la distancia dejaron mucho que desear en su puesta en marcha.
Al paso de casi un siglo ¿dónde quedó la democracia maderista en partidos políticos que con orgullo llevan en su nombre la palabra “revolución” como son el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido de la Revolución Democrática (PRD), pero que al interior no respetan sus propios procesos “democráticos”?
Es el caso del PRD donde pareciera que la revolución es entre ellos mismos. Luego de reciente resolución del Tribunal Federal Electoral que reconoce a Jesús Ortega como presidente de este partido, es probable que la guerra vuelva y corran el riesgo de una escisión más.
La democracia soñada por Madero, aún sigue siendo en muchas localidades, ejercicio de un día: el de las votaciones. Queda el reto de seguir construyendo ciudadanía transitando de una democracia únicamente representativa, a una participativa.
Con motivo del mencionado bicentenario, los anuncios en la radio nos cuestionan constantemente: ¿Qué le vamos a regalar a México?. Es una buena pregunta porque hace de la fiesta y la algarabía un compromiso personal; una responsabilidad ciudadana con el país que nos vio nacer, con la historia, la identidad y los valores comunes que compartimos como pueblo, sin dejar de reconocer las diferencias culturales y de cosmovisión que coexisten en un mismo territorio.
Me parece que el mejor obsequio para este país, es trabajar por y para su gente, porque a fin de cuentas a México le dan vida las mujeres y los hombres que lo habitan, que cuidan sus ecosistemas, que promueven y hacen vida su cultura, que trabajan por sus familias y por lograr mejores condiciones de vida para los millones que hoy no gozan de la “justicia social” que pretendió la Revolución de 1910.
Conmemorar nuestra historia es aprender para no cometer los mismos errores, buscando los puntos de unidad sobre las divergencias para evitar la división que destruye.
Celebrar es trabajar con honestidad y responsabilidad en cada una de las trincheras donde nos encontramos. Conmemorar estas fechas, que sin duda marcaron un antes y un después en la historia de México, implica entender que en el despegue del siglo XXI, tanto al interior del país como en su relación con el exterior, los seres humanos demandan interdependencia más que independencia.
La humanidad reclama una revolución, una transformación y un cambio pero pacífico y propositivo donde impere el diálogo, el acuerdo y la creatividad para dar solución a complejos problemas como el hambre, la desigualdad económica, las enfermedades, dejando atrás la lucha armada, la violencia y las guerras inútiles.
Comentarios en diazgarcia2020@gmail.com y http://www.diazgarcia.blogspot.com/
¿Cuántos mexicanos saben el día y el año en que terminaron tantos meses y días de confrontación armada, de zozobra, enfermedad, saqueo y persecución?
Es curioso que no celebremos el fin de estas guerras. Quizá a los que escribieron la historia oficial no le gustaba reconocer que fue un criollo como Agustín de Iturbide, quien firmó el Plan de Iguala junto con Vicente Guerrero seguido de la proclama del Acta de Independencia del Imperio Mexicano el 27 de septiembre de 1821.
Quizá a los relatores de la historia oficial les convino instaurar la celebración de la Revolución Mexicana -aunque no quede claro si se refieren a la que inició Madero, o a la que hicieron Villa, Zapata, Carranza, Obregón o Calles- porque se adjudicaron el triunfo y enarbolaron banderas como la de tierra y libertad de Zapata, la de la igualdad que proclamó Morelos, la del sufragio efectivo encabezada por Madero, que a la distancia dejaron mucho que desear en su puesta en marcha.
Al paso de casi un siglo ¿dónde quedó la democracia maderista en partidos políticos que con orgullo llevan en su nombre la palabra “revolución” como son el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido de la Revolución Democrática (PRD), pero que al interior no respetan sus propios procesos “democráticos”?
Es el caso del PRD donde pareciera que la revolución es entre ellos mismos. Luego de reciente resolución del Tribunal Federal Electoral que reconoce a Jesús Ortega como presidente de este partido, es probable que la guerra vuelva y corran el riesgo de una escisión más.
La democracia soñada por Madero, aún sigue siendo en muchas localidades, ejercicio de un día: el de las votaciones. Queda el reto de seguir construyendo ciudadanía transitando de una democracia únicamente representativa, a una participativa.
Con motivo del mencionado bicentenario, los anuncios en la radio nos cuestionan constantemente: ¿Qué le vamos a regalar a México?. Es una buena pregunta porque hace de la fiesta y la algarabía un compromiso personal; una responsabilidad ciudadana con el país que nos vio nacer, con la historia, la identidad y los valores comunes que compartimos como pueblo, sin dejar de reconocer las diferencias culturales y de cosmovisión que coexisten en un mismo territorio.
Me parece que el mejor obsequio para este país, es trabajar por y para su gente, porque a fin de cuentas a México le dan vida las mujeres y los hombres que lo habitan, que cuidan sus ecosistemas, que promueven y hacen vida su cultura, que trabajan por sus familias y por lograr mejores condiciones de vida para los millones que hoy no gozan de la “justicia social” que pretendió la Revolución de 1910.
Conmemorar nuestra historia es aprender para no cometer los mismos errores, buscando los puntos de unidad sobre las divergencias para evitar la división que destruye.
Celebrar es trabajar con honestidad y responsabilidad en cada una de las trincheras donde nos encontramos. Conmemorar estas fechas, que sin duda marcaron un antes y un después en la historia de México, implica entender que en el despegue del siglo XXI, tanto al interior del país como en su relación con el exterior, los seres humanos demandan interdependencia más que independencia.
La humanidad reclama una revolución, una transformación y un cambio pero pacífico y propositivo donde impere el diálogo, el acuerdo y la creatividad para dar solución a complejos problemas como el hambre, la desigualdad económica, las enfermedades, dejando atrás la lucha armada, la violencia y las guerras inútiles.
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