Por José Antonio Díaz García*
En pleno siglo XXI, la pugna entre liberales y conservadores vuelve a ser parte de la historia de México al haber una visión de país distinta entre los opositores a la modernización y las reformas estructurales indispensables para el crecimiento, y quienes urgen la necesidad de legislar para garantizar un mejor futuro a las próximas generaciones.
Los protagonistas de este nuevo capítulo histórico pertenecen a fuerzas políticas de distinto color, donde algunos de sus miembros juegan a ser conservadores rechazando cualquier iniciativa como la reforma energética o la laboral con falsos argumentos como el de que vulneran la soberanía nacional. Sin embargo, detrás de esta postura se lee su temor a perder los privilegios propios de un sistema corporativista, creador de agrupaciones que poco defienden a sus agremiados y más se ocupan de conservar prebendas y de enriquecer a sus líderes.
El otro grupo es el que ha optado por una posición donde la liberalización de candados y viejos prejuicios, permitirá reanimar y fortalecer a sectores fundamentales para el crecimiento económico y social como son el petróleo, la generación de energía y las condiciones laborales. Esta visión es compartida por políticos de diferentes partidos, sabedores que México no tiene futuro si no realiza estos cambios a la brevedad; son los que tienen visión de futuro, los que quieren gobernar un país que tenga viabilidad y los recursos suficientes para impulsar a los que menos tienen, los que buscan el Bien Común, la Justicia Social, el Bien de Todos.
He aquí algunos argumentos de ambos bandos.
Uno de los representantes más aguerridos entre los conservadores es Manuel Bartlett, quien ve al país con la lente del nacionalismo revolucionario de 1917. Hace unos días el ex gobernador de nuestro estado impartió una ponencia en la Universidad Autónoma de Puebla, y advirtió según documentó la prensa local, que sus correligionarios Emilio Gamboa Patrón, Manlio Fabio Beltrones y Francisco Labastida Ochoa han traicionado los ideales del Partido Revolucionario Institucional porque “ya pactaron” con el gobierno federal la aprobación de enmiendas a leyes secundarias para legalizar lo que “en los hechos se promueve desde hace años: la privatización de Petróleos Mexicanos (Pemex)”.
Si el argumento para impedir la inversión privada es el presunto abuso que cometerán grandes consorcios internacionales, la solución no es oponerse a su llegada sino contar con reglas claras y límites estrictos, además México vive en un contexto mundial diferente al del Congreso Constituyente de 1917 y también muy distinto al del Cardenismo expropiatorio de 1938.
Otro vocero de esta corriente conservadora es Andrés Manuel López, quien hace apenas unas semanas, afirmó que el gobierno federal maneja discrecionalmente unos 200 mil millones de pesos anuales de excedentes de la venta del petróleo con los que “perfectamente se podrían construir las refinerías que necesita México para producir su propia gasolina”. Maquiavélicamente no dice que ese dinero se va a impuestos y se utiliza también para las participaciones a los gobiernos estatales, para proyectos prioritarios y para el propio mantenimiento de PEMEX.
Hoy en día los mexicanos consumimos y compramos productos y servicios nacionales e internacionales, los que encontremos a mejor precio y de mejor calidad. ¿O acaso la ropa, el auto y los productos de consumo que usan conservadores como Bartlett y Andrés Manuel son todos de origen nacional?
Hoy en día 4 de cada 10 litros de gasolina que se vende en las gasolineras mexicanas viene del extranjero.
Las compras internacionales de ese combustible provienen en su mayoría de EU, que aporta 46 por ciento del total del volumen importado. Países no petroleros -pero que refinan el producto- son importantes proveedores de México, entre los que destacan Italia y Holanda, con casi 30 por ciento de las importaciones.
Del lado de liberales se ubican panistas, priístas y algunos miembros de otros partidos que vemos la apertura comercial y la globalización como realidades inminentes que debemos aprovechar y capitalizar a favor de los mexicanos, tanto los que son productores, como los exportadores y desde luego los consumidores quienes en materia de energía eléctrica y gasolina, no tenemos mas que de una sopa al no haber opciones que compitan para ofrecer mejor calidad, precio y servicio.
Casos como el de Brasil, cuya industria energética se sustenta en capitales mixtos, nos da una opción de cómo armonizar la inversión privada y la protección de nuestros recursos naturales. México es uno de los pocos países del mundo, quizá el único –ni Cuba ni Corea del Norte ya prohíben la inversión privada en el ámbito petrolero-, que no permite capital extranjero y particular en este ámbito
Mientras tres cuartas partes de la distribución de electricidad en Brasil son manejadas por empresas privadas, el gobierno posee todavía el 80 por ciento de la capacidad de generación de energía. El gobierno es competidor y proyectista junto con empresas extranjeras.
Algunos economistas han documentado como hace poco más de un año, Petrobrás de Brasil –recordemos que Brasil es gobernado por un partido de izquierda- se encontraba presente en 23 países del mundo, asociada a 71 compañías petroleras manteniendo liderazgo en la tecnología de exploración en aguas profundas; desarrollando tecnología H-Bio para la producción del Diesel con materias primas renovables y siendo líder mundial en la utilización de etanol para combustión de motores. Todo esto logrado con un capital social en que el gobierno brasileño tiene sólo el 32.2% de participación.
La Ley brasileña señala que: “Petrobras y sus subsidiarias quedan autorizadas a formar consorcios con empresas nacionales o extranjeras, en la condición o no de empresa líder, con el objeto de expandir sus actividades, reunir tecnologías y ampliar inversiones aplicadas a la industria petrolífera”.
Los mexicanos “conservadores” se rasgan las vestiduras cuando se habla de inversión privada en el sector energético, pero la realidad es que no somos autosuficientes y sí muy ineficientes para lo que producimos, no tenemos gasolinas de calidad, importamos gas natural y otros hidrocarburos; y el gas y las gasolinas los pagamos más caro que un ciudadano estadounidense o un canadiense, carentes de la riqueza petrolera con la que México sí cuenta.
Para México, uno de los retos inmediatos consiste en explotar los cuantiosos yacimientos en aguas profundas, ante el agotamiento paulatino de los mantos tradicionales en aguas superficiales, en especial los ubicados en la Sonda de Campeche. Y en la explotación de los yacimientos transfronterizos que Estados Unidos ya empezó a explotar y que en pocos años cuando nuestro país quiera iniciar su explotación ya estarán –si bien nos va- muy mermados por el efecto popote.
La tecnología para extraer el crudo de esas zonas en las aguas del Golfo de México ya existe, pero PEMEX no la posee y no se vende en el mercado libre internacional, sino se tiene que adquirir con base en asociación con empresas dedicadas a ello.
En esta encrucijada hay una posición radical, cerrada y anticuada que llevaría al país a una parálisis que desembocará en retraso y decrecimiento. Y hay posiciones más flexibles y equilibradas que buscan soluciones adecuadas a las necesidades de México.
Recientemente diputados del PAN señalamos estar en favor de que el Estado mexicano mantenga la rectoría del sector energético nacional, como lo quiere un grupo dentro del PRI, pero también señalamos que “es necesario buscar nuevos esquemas de financiamiento y no cerrarnos a la combinación de inversiones pública y privada”.
O elegimos a los conservadores que optan por la cerrazón y el autoritarismo, o nos ponemos a discutir y a generar leyes que garanticen opciones reales de desarrollo tomando la experiencia de otros países, con reglas claras, fiscalización y transparencia permanente de los recursos en juego.
De lo que se trata es de tener una visión de Estado que por encima de los intereses particulares o de grupo, por encima de conservar prebendas, vea por el presente y el futuro de México.
No comparto las posiciones de octogenarios dinosaurios que se aferran a vivir en el pasado. La mayoría de los mexicanos somos de otra generación, y queremos que se reduzca la brecha entre los que viven en condiciones de pobreza y los que tienen más. Participemos del debate por la reforma energética con ánimo constructivo, que nadie se espante, ignoremos a quienes desde su púlpito populista y sin argumentos pretenden detener a México. Trabajemos por la lucha efectiva para la defensa de los legítimos intereses nacionales.
Comentarios diazgarcia2020@gmail.com
*Diputado Federal por el Partido Acción Nacional.
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